El declive de la influencia norteamericana: los atentados del 11S, terrorismo global y la crisis financiera del 2008.


Introducción: 

A lo largo del siglo XX, Estados Unidos consolidó una posición de liderazgo global en términos de poder económico, militar y cultural, llegando a erigirse como el símbolo del “sueño americano” y la libertad capitalista. Sin embargo, eventos críticos a inicios del siglo XXI sembraron dudas profundas sobre la sostenibilidad y la hegemonía de este modelo. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la crisis financiera del 2008 figuran entre los puntos de inflexión más significativos que evidencian un declive en la influencia norteamericana. Ambos sucesos, cada uno en su esfera, impactaron las estructuras económicas, militares y diplomáticas de EE.UU., debilitando su posición ante un mundo cada vez más multipolar.

Los atentados del 11 de septiembre: el inicio de la “Guerra contra el Terror”: 

El 11 de septiembre de 2001 marcó un antes y un después en la política exterior estadounidense. Los atentados perpetrados por Al-Qaeda en el corazón económico y político de EE.UU. expusieron la vulnerabilidad de la nación frente al terrorismo global y llevaron al inicio de la denominada “Guerra contra el Terror”. En respuesta, EE.UU. intervino militarmente en Afganistán e Irak, buscando eliminar células terroristas y establecer gobiernos alineados con sus principios de seguridad y democracia. 



Sin embargo, el costo de estas intervenciones no solo fue económico, sino también social y político. Según estimaciones del Instituto Watson de la Universidad de Brown, estas guerras han costado hasta 8 billones de dólares y han generado una pérdida significativa de vidas y recursos. Más allá de los efectos económicos, la prolongación de estos conflictos debilitó la imagen de Estados Unidos como un pacificador global, ya que muchos sectores internacionales interpretaron las intervenciones como actos imperialistas, no como defensas legítimas.

La crisis financiera de 2008: fracturas en el modelo económico: 

La crisis financiera de 2008 representó otro golpe contundente a la imagen de EE.UU. y su modelo económico basado en el libre mercado. Originada en el colapso del mercado inmobiliario y la proliferación de productos financieros complejos y arriesgados, como los derivados hipotecarios, la crisis desató una recesión global que afectó a millones de personas. Las consecuencias de la crisis de 2008 incluyeron no solo la pérdida de empleos y ahorros, sino también un cuestionamiento profundo del sistema financiero estadounidense, su regulación y la credibilidad de Wall Street.

Además, la crisis debilitó la confianza global en el dólar y en la posición de EE.UU. como pilar económico mundial. Países como China comenzaron a ganar protagonismo, tanto en términos de crecimiento económico como de inversión en infraestructuras y en la creación de nuevas instituciones financieras, como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB). En este contexto, surgieron cuestionamientos sobre la sostenibilidad del modelo de globalización liderado por EE.UU. y sobre su capacidad para seguir siendo el “banco” del mundo. 

Tales cuestionamientos incentivaron a países y actores individuales a buscar alternativas que les ofrecieran más independencia financiera, menor dependencia del dólar y mayor autonomía frente a los bancos tradicionales. Entre estas alternativas destacan el auge de las criptomonedas y el desarrollo del yuan digital como moneda estatal en China.

Desde entonces, el mercado de criptomonedas ha crecido exponencialmente, atrayendo tanto a inversores como a personas en economías inestables que buscan escapar de la devaluación de sus monedas locales. Aunque aún enfrenta desafíos regulatorios, el auge de las criptomonedas refleja el interés en un sistema financiero global más diverso y menos dependiente del dólar estadounidense. 

La erosión de la confianza global y el surgimiento de nuevos actores: 

La conjunción de estos eventos ha facilitado el ascenso de otras potencias que buscan desafiar el liderazgo estadounidense. Países como China y Rusia han aprovechado las fracturas en el sistema internacional para expandir su influencia a través de proyectos económicos, alianzas estratégicas y el uso de tecnologías emergentes, como el 5G, para incrementar su influencia. Al mismo tiempo, alianzas regionales como la Unión Europea y nuevas asociaciones en Asia, África y América Latina también han buscado reducir su dependencia de EE.UU., apostando por una política exterior más autónoma y diversificada.

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